jueves, 30 de abril de 2009

Androrima

Esta bestia procedente del cruce entre el Homo Sapiens y distintos instrumentos musicales autóctonos fue visto por primera vez en tierras pampeanas durante la Conquista del Desierto. Si bien su nombre científico es Androrima, los aborígenes que lo veían deambular por las noches lo llamaban “Sonaipalcú”, que en realidad era una expresión típica de la población, empleaba para definir a aquellos que no cantaban muy bien, es decir, a los intrépidos que con unas chichas de más bailaban y aullaban alrededor de las copiosas fogatas rituales.

Según cuenta la leyenda, Androrima es el fruto carnal de un famoso pero impopular músico aborigen y una guitarra payadora secuestrada en uno de los tantos malones dirigidos hacia la ciudad. Al parecer, una noche en la que el músico aborigen no logró congeniar con ninguna hembra de la tribu y ya un poco extasiado debido a la escasez de mujeres (que generalmente eran separadas para el cacique, a quien ellas sometían a diversos tormentos, como frotarle en los testículos barro de lluvia y sangre de ñandú), pidió a un conocido hechicero de la zona que por una noche le diera vida a la guitarra para tener algo de entretenimiento.

El conjuro mágico del hechicero se deshizo cuando el músico estaba en pleno acto sexual. Súbitamente excitado, por el hoyo de la caja resonante del instrumento, este se cerró de repente, mutilándolo allí debajo y provocándole automáticamente la escisión de su noble extremidad.

Llorando, como no podía ser de otra manera, el músico decidió quitarse la vida desangrándose en medio de un lago situado a unos metros de la tribu. Mientras se sumergía junto a la guitarra, cantaba tristes coplas. Algunos artículos publicados en The Florencio Varela Matutine de la época, aseguran que un par de nativos pudieron escuchar su lastimoso cántico y desde ese momento no supieron más de él.

Androrima, entonces, se gestó en esa mezcla sagrada de sangre, música, tristeza, sexo, dolor, guitarra y agua lacustre, silenciosamente, por muchos años.

Los lugareños aseguran haber visto a la mencionada bestia en más de una oportunidad, emergiendo de las turbias aguas y recorriendo penosamente los alrededores, cantando fríos y quebradizos poemas.

En otro artículo del Florencio Varela, escrito por el periodista especializado Flavio Zerpa, se encontró lo siguiente: “...porque la verdad a mi ni fu ni fa, pero la cuestión es que Androrima tiene un cuerpo con forma de hombre, compuesto por una cabeza de pandereta con ojos en forma de clave de sol . Lleva una quena en la boca que le permite recitar versos mientras sopla y no posee orejas (motivo por el cual muchos aseguran que su música era horrible y no se daba cuenta). Sus largos brazos forman de su lado derecho un arco de violin y de su lado izquierdo los vestigios de la guitarra que fue su vientre. Su cuerpo tiene forma de contrabajo y está unido a la cabeza mediante un cuello angosto como el de una botella (se cree que obtuvo esa forma debido a su adicción a la chicha). Finalmente, sus piernas tienen forma de maracas y sus pies son cascabeles...”.

(El dibujo que aparece aquí a la izquierda también fue provisto por el redactor de la nota).

Si bien muchos dudan del testimonio de Flavio Zerpa, pues tenía fama de abusar con la práctica de ingerir hongos silvestres y profanar tumbas para extirpar glándulas pineales y bebérselas, es el único material oficial, respaldado institucionalmente, acerca del Androrima.

Se dice que durante los sangrientos meses en que se desarrolló la Conquista del Desierto y posteriormente, “Sonaipalcú” fue considerado un alivio para las aldeas que se encontraban cercanas a su hábitat. Esto es porque la bestia, durante las noches, recitaba versos y melodías extraordiamente desafinadas pero que lograban trasmitir paz a los castigados aborígenes, produciéndoles calma y sosiego.